Sr. Editor:
La enfermedad de Parkinson (EP) representa la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente con una prevalencia estimada de 9.5/1.000 personas1, o 0.5-1% entre las personas entre 65-69 años, aumentando al 1-3% entre las personas mayores de 80 años2. El diagnostico in vivo es clínico y se caracteriza por la presencia de unos signos cardinales motores como son temblor de reposo, bradicinesia y rigidez de predominio asimétrico y, en estadios finales, alteración en las respuestas posturales3.
Durante la última década se han publicado numerosos artículos que manifiestan el interés existente en la detección de un marcador biológico precoz en la EP4-6. Un marcador biológico ideal para la EP debe ser objetivo, fácil de obtener, económico y con validez diagnóstica adecuada para el diagnóstico precoz incluso en las fases presintomáticas, capaz de diferenciar la EP de otros parkinsonismos y de otros trastornos tremorígenos, y además, nos permita monitorizar la eficacia de diferentes estrategias terapéuticas en pacientes sintomáticos o en un grupo de pacientes de riesgo (por ejemplo portadores de mutaciones patogénicas de EP).
Durante los últimos años existe un interés creciente sobre los síntomas no motores, porque parecen manifestarse de forma más precoz que los síntomas motores en la EP. Dentro de los síntomas no motores descritos están cambios en la personalidad, depresión, trastornos autonómicos y trastornos del sueño en la fase REM y visuales7. Estos síntomas serian el resultado de una afectación extranígrica fundamentalmente en el tronco cerebral que parece producirse más precozmente que la afectación nigroestriatal dopaminérgica, responsable ésta última de los síntomas motores8.
El principal problema que presentan los síntomas no motores como marcadores biológicos, es la dificultad para su evaluación, dada la poca especificidad de estos síntomas; la mayoría se evalúan a través de escalas de valoración con medidas subjetivas, o mediante alteraciones en la neuroimagen funcional, que son técnicas costosas y no fácilmente accesibles. Las alteraciones en los sistemas bioquímicos responsables de las alteraciones motoras en la EP podrían ser los marcadores biológicos más específicos, pero quizás resuten tardíos respecto de la evolución de la enfermedad.
Existen numerosas evidencias de que los signos motores se producen por la degeneración de las neuronas dopaminérgicas nigroestriatal, produciéndose un déficit dopaminérgico fundamentalmente presináptico9. En el sistema nervioso central, la dopamina cumple funciones de neurotransmisor y hormonales, siendo producida en muchas partes del sistema nervioso, especialmente en la sustancia negra mesencefálica. A nivel corporal, la dopamina es biosintetizada principalmente por el tejido nervioso en la médula de las glándulas suprarrenales, primero por la hidroxilación de los aminoácidos L-tirosina a L-Dopa mediante la enzima tirosina 3-monooxigenasa, también conocida como tirosina hidroxilasa, y después por la decarboxilación de la L-DOPA por la L-aminoácido aromático decarboxilasa (que se refiere frecuentemente como dopa decarboxilasa)10. En algunas neuronas, la dopamina es procesada hacia norepinefrina por la dopamina beta-hidroxilasa.
Anteriormente algunos autores han intentado determinar dopamina y otras catecolaminas, como la noradrenalina y norepinefrina, en el plasma y valorarlo como marcador biológico de la EP, pero hasta el momento con resultados infructuosos, ya que los niveles plasmáticos de estas sustancias dependen fundamentalmente de la función simpaticomimética suprarrenal, que aparentemente está conservada en la EP, al menos en los estadios iniciales11.
Además de la dopamina, existen otras aminas, como la octopamina, producto del metabolismo de la tirosina que se origina por activación de la tirosina decarboxilasa, cuya funcionalidad dentro del sistema nervioso es solo parcialmente conocida. Publicaciones recientes señalan que la octopamina podría funcionar como un neuroinmulador con mecanismo de acción complementario al de la dopamina, actuando a nivel postsináptico. Además se ha observado que las cantidades mayores de octopamina se encuentran en los centros nerviosos implicados en las funciones autonómicas (locus ceruleus, raphe magnus, núcleo pedunculopontino) y en el bulbo olfatorio. Esas son, según la teoría vigente actualmente de progresión de la enfermedad, precisamente las regiones cerebrales que se afectan más precozmente en la EP, y las responsables de los síntomas no motores5, 12-14.
Se cree que la EP es el resultado de una alteración en el metabolismo de la tirosina. Concretamente en los pacientes con EP de novo (no tratados) los valores plasmáticos de octopamina parecen ser inferiores comparados con sujetos controles. En contraste, la norepinefrina, no presenta diferencias en estadios precoces de la enfermedad y pero sí en los estadios avanzados. Según d´Andrea y col, los niveles inferiores de octopamina existentes en la EP inicial se deben a una afectación de la tirosina decarboxilasa más que de la tirosina hidroxilasa15. Una posible explicación es que la tirosina decarboxilasa sea más vulnerable que la tirosina hidroxilada. No obstante, a pesar de estos resultados prometedores, se desconoce hasta el momento actual si la octopamina puede ser detectada, además de en plasma, en orina y saliva y la validez diagnóstica de la octopamina en diferentes muestras biológicas en la EP. Por tanto conocer la utilidad de la determinación en diferentes muestras biológicas de pacientes diagnosticados de enfermedad de Parkinson, es necesario con el fin de conocer su utilidad como marcador biológico de la enfermedad.
REFERENCIAS
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CORRESPONDENCIA:
Esther Cubo Delgado MD, Ph.
Servicio Neurologia.
Complejo Asistencial Universitario de Burgos.
Burgos. España.
ecubo @hgy.es
Recibido: 1 de Febrero de 2012.
Publicado: 10 de Abril de 2012